El
síndrome de inmunodeficiencia adquirida,
conocido por su acrónimo sida, es el conjunto de enfermedades
de muy diverso tipo (generalmente, procesos infecciosos o tumorales) que
resultan de la infección por el virus de la inmunodeficiencia humana
(VIH).
El uso de medicamentos combinados puede controlar la replicación del virus y
fortalecer el sistema inmunitario; la consecuencia es que
la infección se convierte en crónica y no deriva en sida, algo que, en su
evolución natural y en la mayoría de los pacientes, ocurriría en promedio a los
diez años del contagio, y se produciría la muerte en un periodo de tres a cinco
años.
Clínicamente,
el sida es declarado cuando un paciente seropositivo
presenta un conteo de linfocitos
T CD4 inferior a 200 células por milímetro cúbico de sangre. En esta
condición, el sistema inmunitario se halla gravemente deteriorado, de modo que
el paciente queda expuesto a diversos procesos patológicos generados por un
conjunto de infecciones oportunistas. Si las
condiciones de los servicios médicos no permiten la realización de pruebas de
laboratorio, se declara que un paciente ha desarrollado sida cuando presenta
enfermedades que se consideran definitorias del síndrome.
En
un sentido estricto, el sida no es una enfermedad causada por el virus de
inmunodeficiencia humana. De hecho, el VIH sólo es el agente etiológico de
algunos procesos patológicos como el complejo de demencia asociado al sida.
El sida es expresión de una inmunosupresión que aumenta las probabilidades de
que un portador del VIH desarrolle enfermedades causadas por infecciones que,
en personas con sistemas inmunes no deteriorados, no se presentarían. Entre
estas se encuentran la infección por Histoplasma, Toxoplasma y Cándida albicans, microorganismos que se encuentran
en ambientes cotidianos o en el organismo humano, pero que sólo son patógenos
generalmente en condiciones de inmunosupresión. La prevalencia de las
enfermedades oportunistas varía en función de las condiciones de vida de cada
país o localidad. La infección por VIH que produce en sus estados avanzados el
sida se adquiere a través del intercambio de fluidos como la sangre,
el semen,
la mucosa vaginal
y la mucosa anal.
Otros fluidos como las lágrimas
y la saliva
contienen el virus en menores cantidades, de manera que la probabilidad de
adquirir el VIH a través de ellos es prácticamente nula. Las formas más
frecuentes de contraer el VIH son: las relaciones sexuales
sin condón,
el uso de jeringas
y de otros instrumentos punzocortantes infectados, la transfusión de sangre o de productos
derivados de la sangre contaminados con el virus y la transmisión por vía
perinatal de una madre a su hijo durante el parto
o al amamantarlo.
Tienen que transcurrir algunos días antes de la seroconversión del portador del
virus; no es sino hasta después de la seroconversión cuando la persona adquiere
la condición de seropositivo.
Aunque no se manifiesten síntomas graves de la infección por VIH, el sistema
inmunitario del paciente estará expuesto a un proceso de deterioro causado por
la reproducción del virus. Con el tiempo, una persona seropositiva desarrollará
el sida en el lapso de aproximadamente 5 años o más después de la infección.